Si Tiempo (2021) ya ponía a Shyamalan en el camino correcto, Llaman a la puerta (2023) es una confirmación de que no hay nadie que lo haga tan bien como él. El retorno a la gran pantalla de un director que en su momento fue llamado por la prensa “el nuevo Spielberg” debería ser un motivo de celebración para todos los cinéfilos, en lugar de una ocasión para las críticas más feroces.
En Llaman a la puerta, el realizador vuelve al género del suspense, ese que tanto ha trabajado y que tan bien conoce. Basada en una novela de Paul Tremblay, pero alejándose de ella, nos plantea una home invasion apocalíptica, en la que cuatro extraños capturarán a la familia protagonista y les obligarán a tomar una decisión de la que depende toda la humanidad. Conviene destacar el papel de Dave Bautista como un antagonista taimado y lleno de matices, protagonista de las mejores secuencias de la cinta.
En un momento en el que las grandes películas de la cartelera alcanzan duraciones cada vez más grandes, Shyamalan opta por construir un relato de hora y media de duración que arranque desde el minuto uno. Es un ejemplo perfecto de economía narrativa, donde nada sobra y todo aporta, aunque algunos flecos pequen de quedar demasiado sueltos. Ya en los créditos iniciales tenemos pistas de lo que está por venir, por ejemplo un dibujo con extraños símbolos de la cabaña donde se sitúa la acción o el expediente de una enfermera, detalles fáciles de pasar por alto pero que en cuanto conozcamos las historias de los distintos personajes tendrán todo el sentido del mundo.
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Como no hay tiempo que perder –al fin y al cabo el mundo entero depende de esta pequeña familia compuesta por Jonathan Groff, Ben Aldridge y Kristen Cui–, la película nos introduce de manera inmediata en la acción, y será a través de flashbacks que conoceremos más en profundidad a estos tres personajes. Estos saltos atrás en el tiempo permitirán bajar las revoluciones del argumento y dar al espectador un momento de respiro, a la vez que reducen un poco la sensación de claustrofobia de la cabaña. De este modo, para cuando el largometraje esté tocando a su fin, los espectadores habrán desarrollado un vínculo progresivo con los protagonistas, algo que era uno de los puntos pendientes de su anterior película.
Los cuatro extraños que llegan con una propuesta complicada. De izq a dcha: Abby Quinn, Nikki Amuka-Bird, Dave Bautista y Rupert Grint.
Llaman a la puerta tiene muchos puntos en común con lo mejor de la obra de Shyamalan, pero en especial con Señales (2002). Si aquella película relataba una invasión alienígena a la Tierra pero poniendo el foco en un drama familiar a pequeña escala, esta nueva iteración del tema grande llevado a una escala pequeña narra el apocalipsis centrándose en los eventos que suceden en una cabaña perdida en el bosque. Así, la escala del argumento contrasta con el alcance de sus consecuencias. La diferencia primordial aquí es la supuesta capacidad de evitarlo de los protagonistas, lo que le sirve al director para cuestionarse si merece la pena salvar a la humanidad teniendo en cuenta los sucesos tan terribles que vemos a diario. De este modo, se permite mostrar su duda sobre el futuro que nos aguarda como especie.
Repitiendo el mismo esquema que en Señales, el dilema 'fe frente a raciocinio' vuelve a ser el tema central de la obra, y la duda de si todo esto es verdad o no sobrevuela a los personajes hasta el final. Por supuesto, los temas de la película abarcan mucho más, desde la homofobia hasta la radicalización en internet o los bulos. De hecho, la única conexión que tienen con el exterior es una televisión, a través de la cual reciben noticias de lo que está sucediendo en el mundo, lo que da pie a una dependencia de ese medio de comunicación a pesar de que la información pueda no ser verídica.
La pequeña Wen conociendo a Leonard, un Dave Bautista en un registro poco habitual para él.
Una vez más la puesta en escena es creativa y hace un uso excelente del fuera de campo. Aunque la cinta se hubiese beneficiado de mostrar la violencia en pantalla, Shyamalan se ciñe a su mantra de que mostrar menos es conseguir más. Sin embargo, consigue una efectividad mucho mayor en el uso de los primeros planos, abundantes y exagerados; según sube la tensión van haciéndose cada vez más cerrados, transmitiendo a la perfección la opresión de estar encerrados en esa cabaña con cuatro extraños. Es muy fácil ver que el director está disfrutando –y no solo por su cameo habitual–, sacándole el máximo jugo a la reducida localización y jugando con la cámara constantemente, dejándonos algunas imágenes realmente impactantes.
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Confío en que, dentro de unos años, los espectadores pongamos a Shyamalan en el lugar que merece, porque directores que estén dispuestos a seguir adelante a pesar de haber sido vapuleados repetidas veces, con una visión tan clara de lo que quieren hacer, hay pocos. Cabe decir que, a pesar de que esta historia sea oscura y suene descorazonadora, Shyamalan evita caer en la desesperanza y lo deprimente. En el núcleo de su historia siempre se encuentra la certeza de que, a pesar de todo, aún hay algo por lo que merece la pena luchar, de que merecemos ser salvados. Y la verdad es que no es tarea fácil a día de hoy conseguir que un espectador salga esperanzado de la sala de cine.
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