¿Una maldición, una enfermedad o un superpoder? La licantropía, igual que se ha cobrado innumerables vidas en la ficción, se ha representado de distintas formas en el cine. Desde el hombre lobo más famoso, el de El hombre lobo de 1941 (George Waggner), los rostros, caretas, prótesis y tormentos que han portado los distintos licántropos del cine han cambiado, así como sus propósitos y los temas que manejan.
Soltad los grilletes que os atan al muro de piedra y aullad a la luna, porque hoy, en Milana, vamos a hablar sobre la evolución de uno de nuestros monstruos clásicos favoritos de la historia del cine. A continuación, un breve repaso a este mítico personaje y algunas recomendaciones.
La génesis del hombre lobo
Fotograma de El hombre lobo
«Incluso un hombre puro de corazón y que reza sus plegarias todas las noches, puede convertirse en lobo cuando el lobo aúlla y brilla la luna en otoño».
Con esta frase, El hombre lobo, el clásico que cumple hoy 80 años, asienta rápidamente los cimientos del monstruo en la película, presentes aún hasta nuestro día. El lobo, la maldición que cambia a las personas durante la luna llena, no entiende de justos ni de pecadores, solo sale en busca de sangre cuando llega su momento.
Esta faceta indomable, violenta y desalentadora retrata la dualidad del ser humano y su constante lucha contra sus impulsos naturales. ¿Cómo convivir en sociedad si uno es incapaz de dominar su ser sediento de sangre? Numerosas películas han retratado y retorcido estas cuestiones, siguiendo la estela de los conflictos originales del monstruo. Un par de ejemplos indispensables, a mitad de camino entre el clásico y nuestros días, serían Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981) y Ginger Snaps (John Fawcett, 2001). En el caso de esta última, la maldición de la licantropía no solo habla de la dificultad de encajar con los demás, sino del propio hecho de crecer como mujer en la década de los 90.
Cualquier fanático de este monstruo estará de acuerdo conmigo: uno de los mejores momentos de una película de hombres lobo es el de la transformación. Estos licántropos de corte más clásico vestían un pelaje que olía a látex y perro mojado a través de la pantalla. Los efectos visuales y de maquillaje necesarios para crear a una criatura única a la vez que convincente son, en estas películas, piezas fundamentales para elevarlas a lo más alto o dejarlas a la altura del betún. Aunque la transformación más destacada de la historia del cine suele ser la de Un hombre lobo americano en Londres, yo no puedo sino recomendaros En compañía de lobos (Neil Jordan, 1984), una película que aprovecha todo tipo de mitología y folclore natural y lupino para crear un rico imaginario propio. Por supuesto, tiene una de las transformaciones más sangrientas y dolorosas de ver.
El lobo espectáculo
Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana, y que caiga sobre ti la maldición de compartir cuerpo con un lobo antropomorfo hipermusculado puede tener sus beneficios. En concreto, estos beneficios van en favor del espectador y de su entretenimiento.
Este es un momento tan bueno como cualquier otro para poner en valor el terror camp, mamarracho y descarado (en esta casa miramos mal a quienes usan términos como “terror elevado”, ya lo siento). El hombre lobo original, sin ir más lejos, formaba parte de la mítica colección conocida como “los monstruos de la Universal”, famosos por ser producidos en masa y popularizar este terror que asustaba sin dejar de ser divertido. Sin embargo, el avance en los efectos digitales hizo posible el nacimiento de un nuevo tipo de hombre lobo, menos terrorífico y más explosivo.
Fotograma de Underworld
Una vez alejados de las cuestiones más filosóficas del hombre lobo, el inicio de los 2000 abrió la puerta a un entretenimiento de masas donde la licantropía no era sino un detonante para la acción y el desenfreno. Hablo, cómo no, de la saga favorita de los fans de Paramore, Evanescence y My Chemical Romance: Underworld (Len Wiseman, 2003). Estas películas, independientemente de las opiniones que puedan generar, hicieron, junto a Van Helsing (Stephen Sommers, 2004) y su delirante batalla final, bastante más por mantener viva la figura del hombre lobo en el nuevo milenio que ninguna otra. Es más que necesario destacar a uno de los mejores hombres lobo digitales que se han visto hasta hoy: el de Harry Potter y el prisionero de Azkaban (Alfonso Cuarón, 2004). Grimoso, blanquecino e imposiblemente alargado, la versión lupina de Remus Lupin (valga la redundancia) ha causado pesadillas a varias generaciones.
Otras caras del lobo
Fotograma de Los buenos modales
Pero la licantropía, como todas las demás condiciones adversas en la ficción, es una herramienta que puede servirnos para hablar de muchas otras cosas más allá de las evidentes. Como es obvio, el destino del hombre lobo no tiene por qué estar atado a la acción ni al terror camp. Un enorme ejemplo de esto es la película Los buenos modales (Marco Dutra y Juliana Rojas, 2017), una cinta llena de sensibilidad, pausas y momentos emotivos, en la que lo que menos miedo da es la licantropía (dicho en el mejor de los sentidos, claro).
La luna llena pierde su fuerza a medida que sale el sol, y con esto nuestro artículo y homenaje a los hombres lobo —y escasas mujeres lobo— del cine se acaba. Sin embargo, sería criminal no dedicarle unas palabras a una figura del cine español que bien merecería su propio artículo: Paul Naschy. Este director, guionista y actor encarnó a tantas versiones del monstruo como se puedan imaginar, y alimentó el imaginario del personaje con su propia obra. Recomendamos su primera película dando vida a la bestia, La marca del hombre lobo (Enrique López Eguiluz, 1968).