El canario Omar A. Razzakha ha llegado este viernes 26 a las salas españolas con Matar cangrejos, una película redonda y sincera sobre el Tenerife de los años 90. No ese que salía —y sale— en los telediarios, sino otra cara de la isla, tal vez más real, que habita fuera del Loro Parque y los mega hoteles para guiris: esa en la que los canarios y canarias «malviven del turismo de masas».
Biznaga de plata a mejor película y actriz en Zonazine —la sección paralela del Festival de Málaga—, Matar cangrejos se suma, o mejor dicho, enriquece, una corriente de nuestro cine que muestra una España lejos de las trilladas Madrid y Barcelona. Una que no se avergüenza de vivir en un lugar único y muchas veces olvidado. Contada a través de una mirada infantil que pasa a la vida adulta en esa España diversa —esto ya empieza a parecer un leitmotiv en nuestro cine de autor—, Matar cangrejos cuenta la historia de los hermanos Rayco y Paula, que se preparan entre verbenas, playas y helados para recibir la llegada a la isla del mismísimo Michael Jackson.
Con Matar cangrejos, Omar se acerca a una realidad compleja y contradictoria que forma parte de la identidad canaria, pero que también se refleja en el resto de España. Un país que en los años 90 se veía con complejo frente al resto de Europa: Alemania, Francia, Holanda… esos veteranos de la democracia que nos miraban por encima del hombro a los del primer curso. Y España llegaba inevitablemente a esa contradicción que tendría cualquier novato en el cole nuevo: tengo que ser como ellos, pero no soy como ellos.
«Tienes que ser más Europea».
«¿Y qué es eso?»
«Pues eso. Más europea. Más… espiritual».
Conversación entre Paula y su madre en
Matar cangrejos.
Ni idea tiene la madre de qué significa ser europea, solo sabe que quiere ser como esos holandeses adinerados que llegan despilfarrando el dinero. Esos que también poseían las empresas, hoteles y restaurantes, y se llevaban el dinero del turismo de masas, dejando entre poco y nada a la tierra canaria de la que se aprovechaban. Aun así, el complejo de no solo ser español, sino además canario, se palpa en cada plano. Un contraste cultural que vemos desde el primer momento, con una estridente música hardcore que tiene tanto que ver con la cultura tinerfeña como los loros que aparecen en pantalla y que, a pesar de la creencia popular, son tan autóctonos de las islas como Michael Jackson.
«Es la época en la que en realidad España quiere y no puede, España quiere ser Europa, pero no llega a serlo. Ocurrió que en muchos sitios se querían hacer esos grandes eventos para intentar demostrar que sí teníamos el nivel. En Canarias tocó la bienvenida a Michael Jackson».
Omar A. Razzakha, MagaZinema
Fotograma de Matar cangrejos
Aun así, una nueva generación isleña no comparte esa ambición de ser europeo, como tampoco ese complejo de ser canario heredado de una dictadura que por suerte no llegaron a vivir. Y si hay algo que Omar ha sabido hacer bien es conocer, respetar y contar la mirada de esa generación que entiende muy bien lo que curre a su alrededor. Paula sabe que a su abuela le van a quitar la casa porque no hay ningún papel que demuestre que es suya, que si derriban ese gran hotel en construcción en el que juegan por las tardes no va a quedar trabajo para la periferia tinerfeña, o que el viejo borracho con el que pasa tiempo, Rayco, es solo una centésima parte de ese 27% de paro que azotaba la isla en los 90. Vemos, escuchamos y vivimos todos esos cambios sociales desde una mirada infantil que, por supuesto, no se centra en la política, sino en seguir siendo niños y, por ejemplo, beberse el Clipper de fresa de litro en un solo trago. Es en esas pequeñas cosas donde está la auténtica belleza de Matar cangrejos.
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Una isla y un momento de su historia tan rico en contrastes y contradicciones que se convierten en el escenario perfecto para una película, pero que no debería eclipsar las otras maravillas de la película. El talentazo que tiene el director con la cámara, la gracia y naturalidad de sus diálogos y, sobre todo, esas dos interpretaciones protagonistas que construyen una relación extraordinariamente íntima con nosotros. Desde luego, de las mejores actuaciones de nuestro cine en mucho, mucho tiempo.
Fotograma de Matar cangrejos
Una pequeña joya repartida en nuestro país en tan solo 17 copias que a uno le hace preguntarse qué estamos haciendo mal. Tal vez sea ese miedo al fracaso intrínseco de nuestra industria. O quizás la carrera por festivales tan sistemáticamente voraz que tiene que atravesar cualquier película. O tal vez, y quiero pensar que no, que a día de hoy nuestro cine no es tan nuestro si viene de una isla a casi 2000km de distancia y con un acento diferente. También puede ser que esté exagerando y me haya convertido en ese extraño que no te suelta el brazo hasta que le dices que a tí también te gusta, no sé, Taylor Swift. En cualquier caso, si es para defender un cine como el de Matar cangrejos, seré feliz siendo el pesado de la fiesta.
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