La última película de Apichatpong Weerasethakul llega a nuestras salas de cine con una propuesta casi ensayística y con su reconocible sello autoral. Memoria (2021) es la primera película que el tailandés rueda fuera de su país, en Colombia, y esto, lejos de ser algo que coarte su creatividad, es un elemento que la hace alcanzar lugares inusitados.
Protagonizada por una Tilda Swinton que vaga como un espectro por las calles de Bogotá, el tailandés nos propone un viaje sensorial a lo más profundo del país. Jessica es una botánica extranjera que una mañana escucha un sonido muy fuerte, como una bola de hormigón cayendo sobre un fondo metálico y rodeada de agua marina, dentro de su cabeza. A partir de este momento, intentará encontrar la fuente de este sonido que se repetirá varias veces más y que solo escucha ella.
Weerasethakul, que también es un extranjero en Colombia, canaliza esto en el personaje principal. Las interacciones de Jessica con el resto de personajes son extrañas y, a menudo, el personaje se siente fuera de lugar y desubicado. Esta desconexión no es solo con el entorno, sino también con las personas con las que se cruza. Pero como no podía ser de otro modo en el cine del tailandés, a medida que el personaje se acerca al medio natural, entra en sintonía con lo que le rodea, sugiriendo esa desconexión actual que tenemos los seres humanos con la naturaleza. Es en estos parajes naturales donde la frontera entre mito y realidad, sueño y vigilia, se desdibuja, y los fantasmas del pasado cobran vida, y sentido, para Jessica. Por otro lado, la protagonista también representa la voluntad de aprender y de acercarse a una cultura ajena, de mirar con curiosidad aquello que nos es desconocido. Estimulada por ese sonido atronador, conocerá a varios personajes conectados con la memoria colombiana.
Ι Leer más: ‘Onoda’: ¿qué precio hay que pagar por creer en una ficción?
Fotograma de Memoria
La mayoría de individuos con los que se cruza están relacionados con los recuerdos o con su preservación, uno de los temas recurrentes en la cinta. Tenemos a una arqueóloga que está investigando los huesos de una mujer joven con una perforación en su cráneo —un ritual para expulsar a los malos espíritus—, a un técnico de sonido capaz de convertir las descripciones más abstractas en sonidos manipulables, y a un hombre que es capaz de recordarlo todo —incluido el principio de los tiempos— y que duerme pero no sueña. Todos ellos elementos narrativos que contribuyen a la construcción, capa a capa, de esas ideas de memoria y olvido colectivos que plantea el director, pero también a la noción de que es esta misma memoria la que nos confecciona personal y culturalmente.
Weerasethakul sabe que el olvido implica dejar ir la historia de violencia del país y la de sus culturas indígenas, pero que puede evitarse mediante varios medios, desde la tecnología que convierte algo tan intangible como el sonido en algo físico y manipulable hasta la transmisión oral de aquellas historias perdidas en la densidad de la selva. El cine mismo es una herramienta a utilizar para evitarlo. Y es en esta lucha contra la condena de todas nuestras historias anónimas, donde la película nos recuerda que, ya solo con vivir, dejamos un eco nuestro en el mundo, tan solo tenemos que estar atentos para captar los del resto de personas. En última instancia, me gusta pensar en Memoria como una historia de empatía. De sentir y reconocer los padecimientos de otra gente y de otros pueblos, pero también los del ser humano en su totalidad, algo que parece ser el don de Jessica.
También el tiempo, una constante en la obra del director, encuentra en Memoria un firme asidero, centrándose esta vez en la decadencia que provoca su transcurso y en los medios para combatirla —el cine, la tecnología—. Además, vuelve al lenguaje como barrera, no solo entre culturas, sino a la hora de lo soñado o sentido en palabras, como ilustra de forma preciosa la escena en la que Jessica y el técnico de sonido intentan simular lo que escucha la protagonista en su cabeza a partir de las vagas descripciones que da.
Fotograma de Memoria
Todos los elementos de esta cinta son reconocibles por haber estado presentes en las obras anteriores de Weerasethakul: lo irreal, los sueños, la contraposición de lo urbano y lo rural, los mitos… Pero por primera vez el director le da un papel central —narrativo y técnico— al sonido, hasta el punto de llegar a ser mucho más relevante que la imagen. El trance en el que parece sumida Tilda Swinton a lo largo de la obra, compartido por el espectador, viene dado por el increíble apartado sonoro del que hace gala la película, que hace difícil concebir esta obra fuera de una sala de cine. La cinta está plagada de planos largos y estáticos en los que el sonido guía al espectador hacia los sentimientos que busca representar el cineasta y, después de ver una película en la que se nos insta a mirar y escuchar con curiosidad todo lo que nos rodea, se hace difícil no salir de la sala y sentirse mucho más conectado a todo. Ese es el regalo que nos hace Memoria, el de enseñarnos que delante de nosotros hay mil historias que merece la pena escuchar —porque recordar es escuchar— y que todas conforman el material de nuestros sueños, porque dormir sin soñar no es vida.
Ι Leer más: Jaume Ripoll, de Filmin: «Si nos piden una película, intentamos conseguirla»
¿Dónde puedes verla?
Memoria está disponible en cines desde el 27 de mayo.