A un ritmo de casi una película por año, François Ozon acaba de estrenar Mi crimen, demostrando que es capaz de reinventarse y crear algo nuevo con cada propuesta. Basada en una obra teatral de casi 90 años de edad, consigue construir una historia que únicamente podría existir en 2023. En gran parte por la atemporalidad de la original (de Georges Berr y Louis Verneuil), que se acerca a conflictos sociales propios de los años 30 pero que claramente se reproducen en el siglo XXI, como son las fake news, la influencia de los medios de comunicación, el feminismo, la voracidad del mundo del espectáculo o la desigualdad de clases. Pero, sobre todo, Mi crimen destaca por el tratamiento tan especial que hace Ozon de esas polémicas.
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La historia narra la peculiar carrera al éxito de dos amigas, abogada y actriz, que buscan triunfar en un París de los años 30 en el que deben cinco meses de alquiler y nada parece anunciar que puedan pagar el sexto. O al menos hasta que un atroz crimen sacude su vida y deja a una de ellas como principal sospechosa. Su absurda y rocambolesca defensa es la que acaba colocándolas en el epicentro de una candente lucha de géneros y un sistema judicial que, por autodefinición en la película, no busca la justicia.
Son más interesantes porque las mujeres son más víctimas en la vida. Hay más interés en seguir personajes en lucha, que intentan encontrar su lugar. Aquí son dos jóvenes en los años treinta, en una sociedad patriarcal en la que las mujeres no son felices.
François Ozon
François Ozon construye con Mi crimen la comedia perfecta
Lo que hace tan especial a Mi crimen es, precisamente, lo que la diferencia de otras producciones que se han acercado a las mismas realidades en los últimos años. En lugar de intentar construir un discurso crítico demasiado consciente de sí mismo, François Ozon busca esas polémicas para contar una historia divertida y original. Ese parece ser el deseo del director, muy por encima de la ambición de construir un relato de denuncia social.
Y no porque su cine no sea político —que inevitablemente lo es y, como es el caso de Mi crimen, mejor reflejo social que el mayor de los dramas sociales—, sino porque toma la acertada decisión de no tomarse demasiado en serio a sí mismo. Ozon no quiere ser la voz cantante de ninguna causa, tan solo viene a darnos una buena razón para volver al cine.
Creo que la distancia que lleva consigo la comedia permite la risa y, con ella, la reflexión espontánea. En según qué circunstancias, la comedia transmite mensajes de forma más efectiva que el drama.
François Ozon
François Ozon, junto a Huppert y Luchini durante el rodaje de Mi crimen | Caramel Films
François Ozon encuentra así un humor que solo habría sabido construir Woody Allen si hubiese nacido en París y no en Nueva York. Con la ciudad que ama de fondo, plagada de situaciones absurdas, inocentes que acaban envueltos en un sistema que les queda grande y diálogos tal vez no tan ácidos como los del el americano, pero sí igual de ingeniosos.
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En definitiva, es una fantástica película que tiene claro quién quiere ser y lo consigue. Un mago que con la mano derecha te guía la mirada hacia un lugar —como es el sistema judicial o el feminismo—, mientras el truco de verdad lo hace con la izquierda, sutil y original —como es un amor imposible que se cuenta únicamente a través de las miradas—. Mi crimen es ese tipo de magia que pocos dominan y solo puede existir en una sala de cine.
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