¿Cuál es la espinita que tienes clavada? Puede que quieras aprender a dibujar, cocinar mejor, o que veas cómo todo el mundo va al gimnasio menos tú. Cualquiera de estas cuentas pendientes tiene el poder de hundirnos la moral y hacernos creer que somos la peor versión de nosotros mismos. Pero podría ser peor. Imagina que eso que te gustaría hacer pero no haces fuera una convención social de lo más común, un rito de paso que solo unos pocos marginados dejan para más tarde o abandonan por completo.
Ese es el caso de Pablo Lopetegui, el profesor de literatura medieval que, 20 años más tarde de lo habitual, se lanza a sacarse el dichoso carnet de conducir. Esta es la premisa de la que parte la fantástica No me gusta conducir, la serie de Borja Cobeaga que llegó a TNT a finales de año.
No me gusta conducir es la serie ideal para los fans de las comedias que consisten en crisis existenciales de gente de mediana edad. Probablemente esa sea una de las razones que la han llevado a estar nominada a Mejor serie de comedia en esta edición de los Premios Feroz. ¿Qué mejor ocasión que esta para recomendarla sin spoilers?
El profesor al que no le gusta conducir
El protagonista de No me gusta conducir es el clásico profesor aburrido y un poco tocanarices que todo el mundo ha tenido alguna vez. También es un pez fuera del agua: ahora que se ha apuntado a la autoescuela, está rodeado de gente más joven que él, a nadie le parece normal que quiera sacarse el carnet a su edad.
No es raro que Lopetegui nos entre un poco atravesado. Empezamos de la mano de este profesor renegón y maniático, que parece estar más preocupado por quedar por encima de los demás que por la tarea que ha emprendido. Pero por repelente que se nos presente, nos quedamos a su lado por las incógnitas que nos plantea. Que alguien tan ordenado como Lopetegui esté sometido a tantas inconveniencias nos hace disfrutar, pero también queremos saber de dónde salen.
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Como todos sabemos, al final de la serie el asunto del carnet será (casi) lo de menos. Queremos saber por qué Lopetegui es así, qué le ha llevado a esa relación tan extraña que mantiene con su exmujer y qué metas tiene en la vida. Puede que Pablo Lopetegui sea un borde prepotente, pero queremos saber más sobre él porque no se le da bien actuar: sabemos que tiene cosas que le mueven por dentro y estamos listos para descubrir cuáles son.
Fácil y para toda la familia
Fotograma de No me gusta conducir
La expresión que encabeza este apartado es una frase hecha de lo más hortera. No se trata de que me guste tirar piedras sobre mi propio tejado, pero de alguna manera había que empezar a hablar del mejor profesor de autoescuela de la historia. Lorenzo, el mayor bombazo cómico de No me gusta conducir, es el profesor de Lopetegui en la autoescuela Camino, y se nos presenta con un monólogo larguísimo que lo define a la perfección.
Rueda en el bordillo, carnet al bolsillo
Si juntáramos a todos los profesores de autoescuela del mundo y decantáramos su esencia más pura, no llegarían ni a la mitad de lo que es Lorenzo. Toda anécdota, cliché y prejuicio sobre esta profesión toma la forma más entrañable posible en un personaje que se gana nuestro corazón gracias a su vocación de “educador” y la más que notable interpretación de David Lorente.
Lorenzo no es, ni mucho menos, el único que acompaña a Lopetegui en la serie de Cobeaga. Los secundarios brillan especialmente porque Lopetegui es un cínico y un soso (en el mejor de los sentidos). Desde la alegre Yolanda hasta la cada vez más harta recepcionista de la autoescuela Camino, todos los personajes que rodean al profesor tienen algún momento que les hace humanos y nos mete aún en más profundidad en la serie.
Cuenca con nosotros
Fotograma de No me gusta conducir
A estas alturas ya debe haberte quedado claro que No me gusta conducir es una comedia fácil de ver, con personajes entrañables y un uso sencillo pero efectivo del tópico del pez fuera del agua. Puede que no invente nada nuevo, pero creo que es aquí donde más brilla la serie.
Desde una serie “típica”, que nos hace sentir cómodos desde el principio por su olor conocido, se perfeccionan con mimo los aspectos que nos tienen que llegar como espectadores. Puede que sea esa relación que evoluciona hasta dar a un momento de bonito entendimiento, o a través de pequeños momentos que demuestran que hasta el tipo más cabezón puede cambiar: el caso es que todos somos un poquito impostores, y a No me gusta conducir se le da bien incitarnos al fake it ‘till you make it.
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En una comedia de este tipo, amable y con un puntito esperanzador (puede que ligeramente a pesar de su propio creador), las partes que la componen parecen decirte “Cuenca con nosotros” cada vez que te sientas frente a la pantalla.
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