Vivir al día es frustrante, aterrador, y juraría que malo para la salud. Muchos nos vemos obligados a continuar hacia delante en un eterno presente sin más expectativas que las de volver a despertarnos al día siguiente. Quizá por eso le hayamos dado tanto peso a términos obtusos como el “pasado” o el “futuro”. Recordar los buenos tiempos con amigos y familiares tiene tanto poder sobre uno mismo como soñar con lo que harás cuando encuentres un trabajo no precario.
Ese es el peso que le hemos otorgado al tiempo, el mismo que tiene en Volver (2006), la 16ª película de Pedro Almodóvar. De esto venimos a hablar en, precisamente, el día de su 15 aniversario. Aunque ya hayan prescrito, avisamos: hay spoilers.
Cómo sobrevivir al duelo
Almodóvar deja claras sus intenciones desde la primera escena, convenientemente situada en el cementerio del pueblo. Un enorme grupo de mujeres limpiando tumbas, unidas por el recuerdo de personas que ya no están, pero cada una inmersa en lo suyo. El mantenimiento de las lápidas es una forma rápida y sencilla de hablarnos de esas mujeres que viven cuidando y recordando a los demás. Así sabemos que los personajes de Volver tienen deudas con el pasado. Deudas que, por supuesto, se saldarán de una forma u otra.
Aunque en el género de terror pueda servir para dar algún que otro sustillo hay que dejar claro un axioma aplicable a cualquier historia: un fantasma nunca es solo un fantasma. Es también una oportunidad para conectar con el pasado, bien para remendarlo o para que este nos persiga y atormente. Los fantasmas de Volver están ahí para hacer las dos cosas. Está Irene como fantasma, literal y ficticio, convertida en portadora de malos recuerdos y asuntos por olvidar.
Sole convive con su pasado con normalidad, literal y metafóricamente (Volver)
Tanto Raimunda como Agustina, los personajes con mayor anclaje en lo pretérito, evidencian el dolor por la pérdida de forma sincera y directa. Ambas tienen relaciones complicadas con su pasado, cuyos matices aprendemos a diferenciar a medida que las conocemos en la película. Poco a poco, eso sí, porque lo importante está en el día a día. Justo en ese dolor diario es donde se diferencian de forma más clara: Agustina puede permitirse lo especulativo porque su pasado es un borrón, pura incertidumbre, mientras que Raimunda se ve forzada a una vida frustrante y mediocre con tal de olvidar lo que la llevó a irse a Madrid.
Pero de eso aún no sabemos nada. La sombra que amenaza con destruir a Raimunda —la inesperada muerte de su marido— es poco más que un juego de manos para despistarnos. La mujer se las apaña para salir adelante, como siempre ha hecho, porque necesita un futuro. Pero el ciclo, las heridas pasadas deben cerrarse y, mientras tanto, el fantasma de su madre camina despacio y en paralelo a ella. Aunque como espectadores aún no lo sabemos, es esta mujer retornada quien de verdad supone un peligro para Raimunda. Es ella quien tiene el poder de quemar el telón de falsa seguridad tras el que se oculta su hija. El fantasma de Irene no opera tanto de forma sobrenatural —ya sabemos que no es un espíritu— como en su sentido estrictamente emocional. Y quizá es por eso por lo que, voluntariamente, elude a su propia hija.
Irene es el pasado al que Raimunda no puede mirar a la cara. La bola de asuntos pendientes que oprime el pecho de las dos mujeres se deshace cuando no queda más remedio, se sientan en ese banco y se dicen la verdad. Raimunda tiene la inusual suerte de cerrar las heridas con aquellos que ya no están. Una vez Irene y su hija se desvelan mutuamente lo que las ha mantenido separadas empieza una nueva vida en la que pueden volver a contar la una con la otra.
Irene y Raimunda se reencuentran para cerrar heridas del pasado (Volver)
Una red de mujeres para asegurar el futuro
Uno de los aspectos que más se han puesto en relieve del cine de Pedro Almodóvar es la forma en la que este crea universos de mujeres. Decir que el poder de estos reside en su equilibrio entre lo estilizado y lo natural no sería, desde luego, descubrir la pólvora. Aun así, hay algo en la construcción de las protagonistas y cómo se relacionan entre sí que le da un peso enorme a la temporalidad.
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“Los trapos sucios debemos lavarlos entre nosotras”, dice Agustina en el tercio final de la película. El universo de Volver es uno de mujeres, sí, pero que a su vez está contenido dentro de su propia realidad patriarcal. Aun frente a las situaciones más adversas, las protagonistas de Volver se cuidan entre ellas, porque es lo que están acostumbradas a hacer para sobrevivir.
Lo bonito de esto es que, lejos de ser una carga, los momentos en los que las protagonistas se cuidan son los que parecen sacarlas adelante en sus empeños personales, haciéndolas crecer en conjunto. ¿Qué sería de la peluquería de la Sole sin su madre haciendo de becaria Erasmus? ¿Qué futuro tendría Paula sin la intervención de Raimunda? ¿Y esta sin el apoyo de sus vecinas? Raimunda aprende de su pasado para saber que ha cometido el mismo error que le achacaba a su madre, pero gracias a las mujeres que la rodean sabe que las cosas pueden hacerse mejor, y juntas trabajarán para conseguirlo.
Las mujeres de Volver se apoyan en cualquier situación
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