«Sé que estoy aquí representando también a otras mujeres de generaciones anteriores que se han dedicado a este oficio del cine cuando no era nada fácil».
Josefina Molina recibió así el Goya de Honor en 2012. Ella es una de las escasísimas directoras del cine español que han dejado obras de referencia para la actual generación de cineastas.
El machismo imperante en la industria del cine empieza a corregirse poco a poco, gracias a la lucha colectiva de las cineastas (principalmente a través de CIMA), a la intervención estatal y, también, al esfuerzo por recuperar la memoria histórica. Las mujeres que intenten, ahora y en el futuro, convertirse en profesionales del cine, se toparán aún con múltiples obstáculos, pero tendrán la suerte de conocer a otras que lo hicieron antes que ellas. Este “privilegio” es muy reciente. Las que se colocaron detrás de una cámara para contar sus historias al mundo y lograron sobrevivir a los reveses de su tiempo, no pudieron evitar, sin embargo, que sus nombres se borraran de la historia del cine.
Hasta hace poco no se conocía a muchas de las mujeres de las que hablaremos en este artículo (a grandes rasgos, os animo a indagar más en sus historias) . La labor de restauración de su legado y dignidad ha sido enorme, pero no podemos hacernos una idea de cuántas seguirán, quizás para siempre, en el anonimato.
Las que vieron nacer al cine
Fotograma de Flor de España, o la leyenda de un torero, de Helena Cortesina
Como apuntaba Bárbara Zecchi, de la misma forma que escribir se consideraba cosa de mujeres hasta que se pudo vivir de ello, el cine fue en sus primeros años, antes de convertirse en una industria, mucho más accesible para nosotras. La desgracia es que se ha perdido alrededor de un 90% de la producción española anterior a la Guerra Civil, así que es casi imposible encontrar películas realizadas por mujeres entre las pocas que se conservan.
Aún así, varios nombres han sobrevivido al paso del tiempo y a la omisión de los historiadores. La mera existencia de Carmen Pisano, Anaïs Napoleón, Beatriz Azpiazu, Elena Jordi y Helena Cortesina sugiere que hubo más como ellas.
Las primeras fueron exhibidoras, propietarias de cinematógrafos que, teniendo en cuenta que generar su propio material era habitual entre los proyeccionistas, seguramente se pusieron tras la cámara alguna vez. Los Lumière dieron el primer espectáculo de cinematógrafo en Barcelona en el estudio fotográfico de Anaïs Napoleón, en 1896. Pero la propiedad del negocio se le acabó atribuyendo únicamente a su marido y a su hijo, obviándola a ella. Unos años después, Beatriz Azpiazu se ponía al mando de otro estudio de fotografía que se sumó a la cinematografía, en Vitoria, mientras que Carmen Pisano recorría toda España llevando el cine a las barracas.
Pero, hasta donde sabemos hoy, sería Elena Jordi (seudónimo de Montserrat Casals i Baqué) la primera mujer en dirigir una película en España. La artista del vodevil y directora de una compañía teatral produjo, protagonizó y dirigió Thaïs (1918), un filme mudo que, lamentablemente, no se ha podido encontrar. También del mundo del espectáculo, Helena Cortesina fue bailarina, actriz, compositora… y directora de cine con Flor de España, o la leyenda de un torero (1921), una película que la prensa describió como «uno de los más estupendos acontecimientos de todo cine». Pero tras la Guerra Civil, se empezó a atribuir la dirección de la cinta también (o exclusivamente) a José María Granada, el autor del argumento.
Las que iniciaron el sonoro
Imagen de El gato montés, de Rosario Pi
El sonoro trajo consigo un encarecimiento del cine que, siendo ya una “industria seria”, empezó a dejar fuera a las mujeres. En nuestro país, sin embargo, esta desgracia se contrarrestó al principio con el panorama más alentador de la Segunda República. España abría la mente y las mujeres ganaban terreno, poco a poco.
Esta época algo más amable fue demasiado corta, pero vio nacer como profesional a María Forteza, de quien hasta hace solo dos años aún no sabíamos nada. El cortometraje documental que la hace figurar hoy como la primera española en dirigir una película sonora es Mallorca (datada entre 1932 y 1934) y apareció en 2020 entre los archivos de la Filmoteca. Su nombre se había ignorado durante casi 90 años.
Sí sabemos más de otra cineasta de la República, Rosario Pi Brujas, que fundó junto a dos compañeros la primera productora de sonoro en España, Star Films. Su esfuerzo y liderazgo recibían halagos y, sin duda, le fueron útiles para dirigir El gato montés (1935) y Molinos de viento (1937). No hay rastro de la segunda, pero El gato montés es una película rompedora tanto por su tratamiento de los personajes femeninos como por la mezcla de géneros y estilos con ecos de surrealismo. Rosario se exilió a Italia y, aunque existen indicios de que pudo haber participado allí en la producción de varias películas, no hay ninguna certeza.
La guerra y la dictadura las condenaron a ambas al olvido.
Las que lo lograron durante el franquismo
Fotograma de La gata, de Margarita Alexandre
Demostrado ya el poder que tenía el cine, la censura no tardó en aparecer en el régimen franquista. La mujer madre, esposa y ama de casa era la que se quería en la pantalla, y también fuera de ella. Aun así, en el terreno más árido consiguieron echar raíces otras dos directoras de cine.
A Margarita Alexandre le ayudó, quizá, el que su primera película —junto a Rafael Torrecilla— fuera un documental de arte religioso. Incluso Franco quiso conocer a los directores de Cristo (1953), aunque luego se dirigiera solo al único de los dos que tenía pene. Eso no salvó a la segunda película de la dupla, La ciudad perdida (1955), de una larga batalla con la censura que terminó destrozándola. Pero Alexandre sí consiguió en La gata (1956) alejar a su María de los estereotipos de los personajes femeninos de la época, hacerla libre y dueña de su deseo, o contar a través de los ojos de una mujer el erotismo del cuerpo masculino. Poco después, sin embargo, la que fuera también guionista, productora, actriz y montadora acabó por huir de España y su opresión y se llevó su talento a Cuba.
Ana Mariscal sí se quedó. Considerada la “musa” de Franco por su interpretación en Raza (1942), posiblemente eso y su simpatía por la Falange le permitieron tener una carrera tan prolífica en esos años tan oscuros. Pero no cometamos el error de reducirla solo a eso. Mariscal dirigió diez largometrajes y participó en más de cuarenta películas de géneros muy distintos. Creó personajes femeninos que se alejaban de la representación tradicional de la mujer y que desobedecían los códigos de buena conducta femenina, y su independencia la enfrentó a menudo con las autoridades de la dictadura. Pese a su extensa obra, apenas se la menciona en la historia del cine.
Fotograma de El camino (1963), de Ana Mariscal
No pudo ser un referente para las tres mujeres que desarrollarían sus carreras durante la Transición. De Pilar Miró, Josefina Molina y Cecilia Bartolomé hablaremos en otra ocasión, pero fueron las primeras en dejar una huella real para las generaciones futuras. El machismo nos robó al resto de nuestros referentes. Condenó durante décadas al silencio y al olvido a estas cineastas y las que aún desconocemos, pero también nos arrebató todo aquello que se pudo hacer y no se hizo, todo el talento y las buenas ideas de las mujeres de nuestra historia que quisieron hacer cine, pero no les dejaron.
Muy buen artículo, Lucía. «Reinvidicativo» e interesante. 😊.
Gracias.