Se ha hablado mucho —y con razón— de las grandes películas españolas que nos dejó 2022, pero también fue un buen año para nuestras series. Y, de entre todas ellas, aún tengo La Ruta agarrada al corazón. Quizá no la he superado porque, hasta que empecé a escribir este artículo, aún no me había decidido a hacer ese segundo visionado que tanto me apetecía desde que terminé el último capítulo. Sé que no fui la única, así que si el final de La Ruta también te dejó con ganas de volver a ver la serie, hoy te invito a revisitarla. Pero si eres de los despistados que aún no la han visto, ojalá este repaso sin spoilers te convenza para dar el paso.
La serie de Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui vuelve la vista, por primera vez desde la ficción, a la Ruta del Bakalao, a esos años en los que parecía que todo iba a cambiar para Valencia, y que han sido después tan maltratados por los medios y por la Historia.
De este movimiento se recuerdan las drogas, los accidentes de tráfico, el desfase, la masificación. Pero la serie de Atresplayer intenta desmontar la leyenda negra y descubrirnos cómo fue realmente vivir la Ruta Destroy, rascando la superficie y excavando en el tiempo desde un primer y oscuro capítulo al final de sus años dorados hasta los radiantes comienzos que retrata el último episodio. La Ruta fue un hito cultural, una revolución musical y estética, una explosión de libertad y expresión tras la dictadura, un canal para que un país atrasado se acompasara al ritmo de sus vecinos europeos. En palabras de uno de los personajes de la serie:
Fue una revolución que partió de la nada, que se libró contra la nada y que ha derivado hacia la nada. La única revolución posible en una generación posrevolucionaria.
Pero, conviene no olvidarlo, fue también la forma de vida de una generación de valencianos, su cotidianidad, los días en los que se enamoraron, en los que perdieron, en los que eligieron un futuro, en los que crecieron. Por eso, quizá, los creadores quisieron contarnos el movimiento no en primer plano, sino como el telón de fondo de la historia de un grupo de amigos que nace, como la Ruta, en 1981, que evoluciona a par que la música y el estilo, y que vive de ella (en varios sentidos) hasta que se separa en 1993.
Un viaje al pasado
Los protagonistas de La Ruta en el 83 (Chocolate, 1x07)
Como decíamos, La ruta tiene la particularidad de contar la trama a la inversa, desde el final al principio. Una apuesta narrativa arriesgada pero exitosa y completamente justificada, que le va muy bien a este ejercicio de desmontar tanto la imagen estereotipada de la Ruta del Bakalao que quedó para la posteridad como a sus complejos y magnéticos protagonistas.
Si algo puede generar más curiosidad que el qué va a pasar, es por qué ha pasado algo. La serie engancha —además de por la empatía que sentimos hacia unos personajes maravillosamente presentados, construidos e interpretados— porque juega muy hábilmente esa necesidad de saber qué ha llevado a cada uno a estar dónde está, a actuar como actúa. Queremos descubrir cuándo descarrilaron y cómo intentaron levantarse, averiguar el fondo de esas conversaciones y gestos extraños que no terminamos de entender pero son a la vez tan elocuentes, o comprobar si nuestra intuición estaba en lo cierto. Sabemos que nos van a dar las piezas que nos faltan y las esperamos sedientos.
El grupo en el 93 (Puzzle, 1x01)
Pero si los guionistas logran que esta estructura resulte tan singular y eficaz no es, desde luego, sólo por las ansias de saber. Como siempre, es un tema de emociones. En La Ruta no nos asomamos al pasado de los personajes como un recuerdo, sino que lo vivimos, cumplimos la fantasía inalcanzable de rejuvenecer con el paso del tiempo, de recuperar lo que hemos perdido. Es una historia vitalista porque rescata un poco más en cada episodio la ilusión, la inocencia y las ganas de vivir de la juventud recién estrenada. Y, sin embargo, ya nos han contado el cierre de la trama y somos muy conscientes de que es triste y oscuro. Por eso el tono luminoso y esperanzador se enreda con la nostalgia, la impotencia y la gravedad de la madurez y nos deja al final de la serie un poso emocional muy particular... y cierta intranquilidad.
El último capítulo de La Ruta nos abandona en los inicios de todo (que no se me malinterprete, la serie tiene un cierre claro y satisfactorio), y puede que por eso no seamos capaces de separarnos de los personajes y sintamos la necesidad de volver al primer episodio para revivir el final de su historia, ahora que ya los conocemos tan bien. Y, por supuesto, embarcados de nuevo en la ruta, desharemos todo el camino una vez más para, ahora sí, empaparnos de todos los detalles que solo la experiencia permite atrapar y valorar. En una serie escrita con tanto cariño, tanta profundidad y tanta atención al detalle, esa segunda vuelta merece mucho la pena. Aunque solo sea por volver a venirte arriba con la señora escena que cierra «Spook Factory» (1x06) a ritmo de Nowhere Girl.
(Antes de irme, ¿alguien me explica qué mundo es este en el que Àlex Monner no se llevó el Premio Feroz a Mejor interpretación?).
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