Para que no haya dudas, Querer abre su primer episodio con una escena de sexo explícito —la única de la serie— que deja muy claro qué es “querer”: querer en cuanto a desear realmente hacer algo, tener ganas, voluntad y apetencia, pero también querer en lo que se refiere a respetar, cuidar y valorar al otro. El consentimiento es obvio en el encuentro sexual de Jon y su compañera, aunque no se solicite a viva voz. Se lo conceden con una mirada atenta y un asentimiento, lo reafirman constantemente observándose y escuchándose de forma activa, mostrando genuino interés por el disfrute y la comodidad del otro, deleitándose en el placer compartido y no en la experiencia individual. Nada de eso rompe el erotismo, al contrario, lo aviva.
Lo que NO es querer nos lo cuenta el resto de esta miniserie creada por Alauda Ruiz de Azúa, Júlia de Paz y Eduard Solá, y dirigida por la primera —la misma que nos robó el corazón en 2022 con Cinco lobitos—. Después de 30 años de matrimonio, Miren, ama de casa y madre de dos hijos ya adultos, huye del hogar familiar y denuncia a su marido, Íñigo, por violación reiterada. Los cuatro episodios de Querer relatan las consecuencias de ese arriesgado acto de valentía, supervivencia y justicia.
De lo privado a lo político
«La violencia de la que se habla ocurre en la intimidad de un dormitorio y oculta tras la fachada opaca del matrimonio»
Alauda Ruiz de Azúa
¿Cómo se juzga algo así? ¿Cómo puede probarlo Miren ante la justicia, ante sus familiares y conocidos, si nadie estaba en ese dormitorio? No hay testigos, ni siquiera el espectador. La serie se niega a romper ese muro que separa a la víctima y su verdugo del resto del mundo. No hay flashbacks, no hay confesiones en privado, la cámara guarda distancia con los personajes para que miremos siempre desde fuera, como el resto. Podemos observar, escuchar y empatizar con Miren, pero no podemos ser ella, porque no hemos vivido la experiencia que ella ha sufrido en solitario.
Tampoco hay una banda sonora que nos sugiera cómo sentirnos, ni una cinematografía que se haga notar. Querer apuesta por la sencillez y la contención para poner el foco en una historia que ya es muy grande por sí sola. No necesita más que sus hábiles diálogos, sus elocuentes silencios, unos personajes reconocibles muy bien trabajados y unas interpretaciones sobresalientes encabezadas por la sutil y firme Nagore Aranburu para causar un impacto emocional inmenso. Y con eso, pese a rehusarse a aportar pruebas, la serie se asegura de que el espectador no dude de Miren en ningún momento, aunque la veamos sometida a juicio constantemente.
Íñigo, Miren y sus hijos Aitor y Jon
El proceso al que se enfrenta es largo, duro y humillante para la víctima, por la forma en la que se le cuestiona todo, porque la estrategia de la defensa, tanto en el juzgado como en la calle, se basa en desacreditarla. La definición de Miren por parte de su marido y de quienes se posicionan a su lado orbita entre miserable en busca de fortuna y enferma mental. Los más comedidos la llaman exagerada. Y lo más doloroso probablemente sea la reacción de su hijo mayor. Pero Miren sabe que «a los maltratadores hay que pararles los pies» y no se deja disuadir ni se permite flaquear. No es una decisión, desgraciadamente, que todas las víctimas tengan la opción de tomar. Y el sistema judicial no lo facilita.
Lo que queda después
A pesar de los numerosos momentos de pausa, la tensión que se genera desde que Íñigo vuelve a casa de imprevisto cuando Miren planeaba irse no llega a decaer nunca, ni siquiera después del juicio. El último episodio (si aún no lo has visto, vienen spoilers) retrata lo que pasa después del aparente final, después de la sentencia, que tristemente no es un epílogo sino otro capítulo en la turbulenta historia de la que fuera una familia.
Miren se plantea si todo lo que ha pasado ha merecido la pena mientras el miedo la alcanza. Un miedo muy justificado, pues quizá es en este episodio en el que más sale a relucir la oscuridad de Íñigo. El personaje de Pedro Casablanc nunca se ha reducido a la monstruosidad que sí define su comportamiento con Miren. Es conservador, sobreprotector, soberbio y temperamental, pero también educado, elegante y sociable, un hombre que seguramente sí quiere a sus hijos y que realmente se creía inocente de lo que se le acusaba. «Jamás le he puesto la mano encima», dice, pero lo que escucha en el juicio es más que suficiente para entender de hay muchas más formas de forzar a alguien a tener sexo que agarrándole las muñecas. Y, sin embargo, no hay en él aprendizaje ni arrepentimiento alguno (como sí vemos en su hijo mayor).
Miren e Íñigo se encuentran después del juicio
Íñigo no solo sigue denigrando a su ex mujer en su entorno, sino que también la busca para humillarla. Sabemos que encuentra placer en el sufrimiento de Miren cuando le pregunta a su hijo si la ha asustado. Lo vemos aprovechar su superioridad para amenazar a un niño con palabras aparentemente amables. Y cuando Miren se ve forzada a compartir espacio con él en el hospital, Íñigo muestra todo su arsenal: manipulación, victimismo, chantaje emocional, violencia enmascarada en un tono suave, intimidación física, vejación («tan egoísta, tan tonta, tan loca»). Leyendo esta lista parece una escena exagerada, pero la verdad es que asusta lo realista que es.
Dado que Íñigo no deja que su historia termine, tampoco debe hacerlo judicialmente. Miren decide apelar mientras sigue adelante, mientras construye una nueva vida y, en mitad de ese temporal, es injusta a veces, comete errores y los enmienda. «No íbamos a hacer una víctima perfecta, porque no existe. No tienen por qué ser perfectas», apuntó la directora.
Querer sí necesita un final. Lo encuentra en una fiesta de cumpleaños, con Miren en compañía de sus dos hijos, el que la ha sostenido y el que ha vuelto a su vida arrepentido: son los restos de la violencia machista ejercida por el padre de familia. Y, después, en el oscuro camino de vuelta. Seguramente Miren nunca deje de tener miedo cuando vaya sola por una calle vacía, pero al menos ya no tiene miedo en casa.
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Ostras!!! Temazo.
Gracias, Lucía.