Sandra (Marion Cotillard) se entera de que va a perder su trabajo a no ser que sus compañeros renuncien a sus pagas extra para que la empresa invierta ese dinero en su sueldo. En los dos días y la noche previos a la votación, intentará convencerlos, uno por uno, de que le den una oportunidad.
Cualquier día es bueno para ver Dos días, una noche (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014), pero aquí van tres razones para que nos ayude a tomar conciencia en el Día Internacional del Trabajador:
1. Retrata emocionalmente el desempleo
Fotograma de Dos días, una noche
Las pocas personas que hayan tenido la suerte de no vivir en sus propios zapatos la tragedia de la inestabilidad laboral y el desempleo, lo entenderán un poco mejor a través de Sandra. La cámara, que nunca se separa de ella —siempre en movimiento, inquieta, respondiendo a la tormenta interior de la protagonista—, no se pierde absolutamente nada. Está ahí en los momentos de acción dramática, pero también en los huecos: en el nerviosismo apagado de un trayecto en autobús, en la desesperación incapacitante que incita a rendirse antes de empezar, en la incomodidad después de un rechazo y antes de otro intento, en el cansancio del espíritu que te lleva a la cama pero no te deja dormir, y también en las inyecciones de esperanza y decisión cuando el instinto de supervivencia sugiere que no todo está perdido y te empuja a dar un paso detrás de otro.
Que te despidan no trae solo problemas económicos. Lo que le hace a tu salud mental es incluso peor. A Sandra la tachan de inútil para la producción porque ha estado enferma, y así se siente ella: enferma para siempre, inútil para todo, culpable de su injusta situación, demasiado mediocre para merecer una vida. Su lucha por salvar su empleo, con tantas renuncias y tantas vueltas al ruedo, es también la lucha para salvarse a sí misma, para darse la oportunidad que la empresa le ha robado.
Dos días, una noche se asoma a la intimidad de Sandra para darle voz a estas miserias, pero elige alejarse por completo del melodrama. Sufrimos con ella desde la sobriedad y el estoicismo de su interpretación, desde el naturalismo estético y la sencilla honestidad.
2. Devuelve la humanidad a las herramientas de producción
Fotograma de Dos días, una noche
Así ve la empresa de Sandra, y tantas otras, a sus empleados: como herramientas. El trabajo de Sandra pueden hacerlo sus compañeros echando horas extra, así que ¿por qué gastar dinero en otra trabajadora, que además puede que sea menos productiva que antes? Es más, el resto incluso agradecerá poder trabajar más horas de las saludables para engrosar levemente su limitado sueldo. ¿Todos ganan, no?
Menos Sandra. Sandra pierde, eso ya lo sabemos. Pero sus compañeros, que tendrán que trabajar más y vivir menos, y que pueden ser el próximo “mal menor” de una maniobra así, también pierden. Y, sobre todo, pierden porque los hacen responsables de su despido: “elige entre echar a la calle a una persona o perder la paga extra que tanta falta te hace”.
Lo que nos cuenta Dos días, una noche es que si eligen su paga no es que sean insolidarios ni malas personas. Sin necesidad de desviar el foco de Sandra, nos muestra todo un abanico de realidades detrás de cada puerta o al otro lado del teléfono que devuelven su humanidad a todos esos empleados: ni son herramientas de trabajo, ni son los antagonistas de esta historia. Aunque una minoría pueda tener motivos más egoístas o malas formas, casi todos los que le dan la espalda a Sandra, y muchos de los que le dan la mano, tienen razones suficientes para justificar que no elijan lo “moralmente correcto”. Todos son víctimas de un verdugo que nunca va a detenerse a contemplar estas realidades de las que la película nos ha hecho testigos.
3. Llama a la acción colectiva
Fotograma de Dos días, una noche
Precisamente por eso, Dos días, una noche viene a recordarnos que, incluso en un entorno tan competitivo como es actualmente el mundo del trabajo, somos un grupo, somos una clase, y dependemos los unos de los otros porque las batallas a las que nos enfrenta la precariedad laboral no se pueden ganar de forma individual. Los hermanos Dardenne nos incitan a ponernos en los pies de los demás, porque ese es el primer paso para entender cuánto tenemos en común, y que la forma de asegurar nuestro bienestar e integridad es asegurar también la de nuestros compañeros.
No hablaré, para quien no la haya visto aún, de si el apoyo de sus compañeros salva o no el empleo de Sandra, pero sin duda es fundamental para sostenerla a ella a lo largo de la película. Tanto el demostrarse a sí misma que aún tiene fuerzas para remontar, como los nuevos lazos que crea —y los que fortalece— en mitad de su urgente Odisea, le permiten desechar, o al menos reducir, los oscuros sentimientos que podrían abrumar a cualquiera que pierda o tema perder su trabajo, y seguir adelante.
Es con ello con lo que Dos días, una noche, que dista mucho de ser adoctrinadora, pone en valor sin hacer nunca explícito el sentimiento de pertenencia a un grupo y el compañerismo que hemos perdido y que tanta falta nos hace a los trabajadores. Somos miembros de una clase maltratada y sin privilegios, pero que aún tiene capacidad para defenderse. Y si no lo creéis, os animo a pasar dos días y una noche con Sandra.
Puedes ver Dos días, una noche en Filmin.
Muy buen artículo. Gracias, Lucía.