Desde la celebración de la gala de los Goya de este año, en la que Mario Casas ganó su primera estatuilla, una idea no ha parado de rondarme la cabeza: ¿no es curioso cómo hay ciertos actores que, de alguna manera, acaban sufriendo el machismo de la propia industria que les ha dado todo lo que tienen?
Da el salto, pero cuidado con dónde caes
¿Recuerdas cuando Matthew McConaughey no era más que un chico rubio, guapo y perfecto del que se enamoraba Kate Hudson en Cómo perder a un chico en diez días (Donald Petrie, 2003)? ¿Y de cuando Zac Efron lanzaba canastas en High School Musical (Kenny Ortega, 2006), mientras cantaba que también quería hacer teatro? ¿Te acuerdas de Robert Pattinson cuando era mal actor por haber protagonizado Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008)? ¿Y de Mario Casas, volando por las calles de Madrid en una moto sin camiseta, en Tres metros sobre el cielo (Fernando González Molina, 2010)?
Matthew McConaughey y Kate Hudson en Cómo perder a un chico en diez días
Yo sí lo recuerdo, porque me he criado con todas estas películas. Me he criado con un Matthew McConaughey que tuvo que afearse para que le tomasen en serio como actor. Con un Robert Pattinson que fingía odiar las historias que le habían dado la fama, porque había recibido demasiadas críticas y se avergonzaba de actuar en ellas. Recuerdo a un Zac Efron teniendo que demostrar una y otra vez que su pasado en High School Musical no definía su calidad como actor. Y me acuerdo también, claro está, de un Mario Casas ganando su primer Goya y dedicándoselo a sus fans, esos fans que no le criticaron por haber hecho una película como Tres metros sobre el cielo.
Es curioso cómo a estos actores, en algún momento de sus carreras, se les ha echado una especie de cruz y se les ha calificado numerosas veces de “malos actores”, cuando precisamente estas películas fueron éxitos en taquilla y gracias a ellas consiguieron el estatus de celebridad del que disfrutan hoy en día. Muchos piensan que tiene que ver con que son películas hechas para las “masas” —películas que lo petan en taquilla—, pero yo lo llevo más allá: ¿a lo mejor lo que molesta es haberlo logrado haciendo películas románticas? ¿O es, simplemente, que no aceptamos que las películas dirigidas “a mujeres” puedan ser tomadas en serio y consideradas de calidad?
¿Películas "para chicas" o misoginia enmascarada?
Robert Pattinson y Kristen Stewart en Eclipse (2010)
Si le quitamos todo tipo de adorno, creo que es fácil encontrar el punto en común que tienen todas las películas que estamos comentando: son historias de amor. Y aunque la trama varía en cierta medida en todas ellas, y en una hay vampiros y en otra musicales de instituto, todas siguen el mismo patrón: chico conoce a chica, se enamoran, surge muchísimo drama imposible de resolver, se acaba resolviendo… Y al final esperamos, con los dedos cruzados, que los enamorados cabalguen juntos hacia el atardecer.
¿No cumplen todas las películas el mismo propósito? Entretenernos, pasar un buen rato, desconectar la mente... Pero a este tipo de pelis, aunque nunca explícitamente, se les ha atribuido siempre el titulito de “para chicas”, porque al parecer las chicas únicamente queremos ver historias de amor. Puede que incluso vaya más allá, porque estas películas iban dirigidas, además, en la mayoría de ocasiones, a adolescentes. Por lo que el mensaje que se estaba lanzando era uno muy claro: a las chicas adolescentes no les importa la historia o lo artístico, solo quieren ver al chico guapo del momento enamorarse de la protagonista. Y esto es algo injusto e irritante, ya que creo que de la misma manera que Harrison Ford era necesario para dar vida a Indiana Jones, Zac Efron fue necesario para que conociéramos la historia de Troy Bolton.
Zac Efron en High School Musical 3: Senior Year (2008)
Parece que el problema no sea el cine que sirve únicamente como entretenimiento, porque de ese hemos tenido siempre mucho —de mayor o menor calidad—, si no que parece que el problema reside en que conseguir la fama de esta manera no es fama de verdad, porque las chicas adolescentes no tienen criterio, solo ven las cosas porque sale el chico guapo del momento.
Reinventarse o morir
Me ha llamado siempre la atención el giro de 180º que dio la carrera de Matthew McConaughey desde que protagonizó True Detective (Cary Fukanaga, 2012). Aunque llevaba varios años haciendo películas que se alejaban de sus roles más románticos —como Bernie (Richard Linklater, 2011) o El inocente (Brad Furman, 2011)— el actor no completó su transición hasta que formó parte de la exitosa miniserie de HBO. Tan grande fue este cambio, que incluso los medios le pusieron el nombre de McConaissance: el gran renacimiento del actor que pasó de protagonizar rom-coms a ganar numerosos premios por Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, 2013). El propio McConaughey dijo en varias entrevistas que no había cambiado nada: sus profesores de actuación eran los mismos, su método a la hora de preparar un papel era el mismo… Lo que había cambiado era que, tras hacer películas más “serias”, menos románticas —no “para chicas”—… de repente todo el mundo quería trabajar con él.
Matthew McConaughey en Dallas Buyers Club (2013)
¿No os suena esta historia? Robert Pattinson pasó de ser el vampiro que brillaba, a protagonizar El faro (Robert Eggers, 2019) junto a Willem Dafoe, y a ser una pieza fundamental para la última épica de Christopher Nolan, Tenet (2020). Todo esto ocurrió gracias a que decidió alejarse completamente de las películas que le habían dado la fama. Poco a poco empezó a desprenderse del estigma, y pudo demostrar al mundo sus verdaderas habilidades como actor. Algo similar hizo Zac Efron, y justo esto es lo que ha estado haciendo Mario Casas durante años. Es como que para poder ser tomado en serio, hay que dejar de lado la ambición económica y deben centrarse en hacer cine “serio” y “de verdad”, del que no da de comer pero da reputación.
Mario Casas y María Valverde en Tres metros sobre el cielo (2010)
Por esto creo que es tan importante que, tras su discurso de aceptación en los Goya, Mario Casas agradeciera a todos los que alguna vez “habíamos volado a tres metros sobre el cielo”, reconociendo sus orígenes, abrazándolos incluso. Nos deja una bonita e importante lección que nos incita a no renegar jamás de dónde venimos, y a aceptar que lo que nos ha traído a donde estamos es más valioso que cualquier crítica negativa, incluso cuando lo que nos ha traído a donde estamos sean las películas “para chicas adolescentes”.