Ya sabéis que en esta revista animamos a las pelis pequeñitas, a los David que se enfrentan a Goliat cada semana en las taquillas. Por eso hoy queremos hablar de una película superpequeña, con un insignificante presupuesto de 200 millones de dólares titulada Doctor Strange en el multiverso de la locura (Sam Raimi, 2022). Parece difícil aportar algo nuevo a la conversación en torno a las producciones de Disney, aunque tal vez una de sus últimas obras haya encontrado un punto de vista diferente.
El Universo Cinematográfico Marvel es tan maximalista que ha conseguido que el discurso cinéfilo considere a Spielberg cine de autor. Pero muy a menudo su éxito se posa sobre los hombros de directores que tienen sus orígenes en comedias televisivas o producciones independientes, como Taika Waititi o los hermanos Russo. Sin embargo, una de las mayores críticas a las películas y series de Marvel es que todas tienen el mismo aspecto, que tras casi 15 años produciendo blockbusters la fórmula del éxito de Kevin Feige se ha vuelto demasiado visible.
Doctor Strange en el multiverso de la locura es un buen ejemplo de ambos fenómenos. En la segunda entrega protagonizada por Benedict Cumberbatch salimos de la sala creyendo haber visto dos películas completamente distintas. Una es la peli estándar del Universo Marvel, en la que vuelven a salvar el mundo al mismo tiempo que plantan la semilla para una amenaza mayor al abrir la puerta al multiverso; todo aderezado con el sentido del humor que caracteriza a la saga. La otra es una mucho más interesante, en la que el personaje de Wanda se pone a disposición de Sam Raimi, al que le permiten jugar con un presupuesto que no tuvo en clásicos de culto como Posesión infernal (1981) y sus dos secuelas.
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Raimi y su guionista Michael Waldron construyen un villano que no estamos acostumbrados a ver en el cine de superhéroes, uno que verdaderamente da miedo. Uno de los grandes pilares sobre los que se sustenta el UCM es el magnetismo de sus protagonistas; presencias tan carismáticas como las de Robert Downey Jr. o Scarlett Johansson dejan poco espacio para desarrollar un personaje antagonista memorable, pero esto no siempre fue así.
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Antes de poseer el monopolio multimillonario que controla las pantallas de todo el mundo, The Walt Disney Company no era más que una pequeña empresa familiar que poseía el monopolio multimillonario de la animación en todo el mundo. Así fue, al menos, hasta el fallecimiento de Walt Disney en 1966 y el de su hermano Roy en 1971. El cambio de liderazgo en la compañía trajo consigo casi dos décadas en las que la marca Disney perdió popularidad, prestigio y rentabilidad comercial.
Su momento más bajo llegó con la marcha de Don Bluth, uno de sus más notables animadores, en 1981 para montar su propio estudio. Hoy en día Disney es dueña de Pixar, Marvel, Lucasfilms, 21st Century Fox, National Geographic, los teleñecos y hasta del canal deportivo más importante del mundo; pero en los años ochenta lo único que tenía era la animación, y por primera vez en su historia le había salido competencia.
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El éxito de Don Bluth se sustentó en las ideas que en su día fueron demasiado oscuras para la marca Disney. Películas como NIMH, el mundo secreto de la señora Brisby (Bluth, 1982) o En busca del valle encantado (Bluth, 1988) cubrían un nicho en el que Disney no se atrevía a entrar. En esta época también nacía Studio Ghibli, que reafirmaba la tendencia hacia una animación dirigida a un público adulto.
De esta rivalidad surge el periodo conocido como “el renacimiento de Disney”, en el que el gigante de la animación arrancó una página del libro de sus competidores y se atrevió con historias más ambiciosas y adultas como ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988), que les hizo ganar tres Óscars. Aunque el verdadero golpe sobre la mesa de Disney fue el estreno un año después de La sirenita (Ron Clements, John Musker, 1989), que superó a En busca del valle encantado como la película animada más taquillera de la historia.
Los años noventa suponen una nueva edad de oro para Disney, que no diluye su identidad como productora de musicales orientados a los más pequeños, pero sí se adapta a un público más maduro y exigente. Villanos como Úrsula, Jafar o Hades siguen presentes en el imaginario colectivo a través del verdadero medidor del éxito contemporáneo: los memes.
Hades, el villano de Hércules (Clements, Musker, 1997)
A lo largo de la última década el Universo Cinematográfico Marvel ha dominado las salas sin ningún competidor real, pero el auge de la ficción seriada y las plataformas todavía resisten ante un Disney que ha ido eliminando a sus rivales a golpe de talonario. Lejos de notar los efectos de ningún tipo de fatiga, Kevin Feige ha decidido añadir a su cóctel de expectación y nostalgia autorreferencial un nuevo elemento, tirando del repertorio de antagonistas que Sam Raimi hizo icónicos en su trilogía de Spider-Man hace ya 20 años.
Solo el tiempo dirá si recurrir a su fórmula habitual será suficiente para mantener la hegemonía de Marvel o si deberían prepararse para una nueva guerra. Nosotros no escogemos bandos, pero sabemos que las mejores historias son las que surgen de la competitividad y la diversidad; y si el gigante quiere apostar por los héroes, estaremos encantados de recordarle que el villano siempre tiene las mejores canciones.
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Doctor Strange en el multiverso de la locura está disponible en Disney+.