¿Cómo ha sido la historia de las series españolas desde que ese extraño electrodoméstico empezó a protagonizar nuestros salones en 1956?
Nuestra televisión marca ya tendencia en todo el mundo y rompe los prejuicios que teníamos los propios españoles hacia nuestras propias producciones. Ya es cada vez más difícil escuchar “esa serie está bien para ser española”, o “vaya españolada de serie” y, la verdad, nos lo merecemos.
Hoy es el Día Mundial de la Televisión y merece la pena pararnos a pensar sobre esa caja que poco tiene de tonta, entender su identidad y su naturaleza, no solo desde las series del momento sino con una mirada al pasado.
Nuestro complejo de inferioridad
La televisión llega a nuestro país en plena dictadura, por lo que nos podemos imaginar el tipo de limitaciones que habría. ¿La primera? No se hacían series. O desde luego no como lo hacía ese país que desarrolló un colonialismo mediático implacablemente invasivo desde bien temprano: Estados Unidos. Las aventuras de Rin-Tin-Tin (William Beaudine y Robert G. Walker, 1954-1959), Bonanza (David Dortort, 1959-1973) o El fugitivo (Roy Huggins, 1963) son ejemplos de las series que nuestros padres recuerdan con nitidez y melancolía.
Un 12 de septiembre de 1959 se estrenaba el primer capítulo de la serie #Bonanza.
— MILANA (@revistamilana) September 12, 2021
¿Te suena? Si no, seguro que lo hará su música, que ha trascendido todo lo trascendible hasta nuestros días. Aquí os dejamos un puñado de curiosidades sobre la serie, ¡dentro hilo! 👇 pic.twitter.com/C4t8uPxImb
Las que no recuerdan son otras como Los Tele-Rodríguez (Mario Antolín, 1957-1958), la primera serie de televisión española. Esta serie retrataba a una familia de clase media cuya vida se veía trastocada por la llegada de un nuevo inquilino en su hogar: el televisor. Si bien apenas tuvo alcance ya nos decía algo que caracterizaría a todas las producciones posteriores: la cercanía de las series con la actualidad social y política española.
No fue hasta 1966 que llega una producción de auténtico impacto en España gracias a Narciso Ibáñez Serrador: Historias para no dormir. Esa serie sí la recordarían con claridad nuestros padres. Si bien eran historias alejadas de la vida cotidiana ya colaban una crítica mordaz al franquismo, con capítulos como El muñeco, que reflejaba de alguna manera a los niños aprendiendo la doctrina franquista en escuelas e iglesias. Aun así estaba lejos de ser la primera producción española orgullosa de serlo. Así nos lo demostraba un jovencísimo Ibáñez Serrador en el primer episodio de la serie, en el que con humor negro y mala leche presentaba su serie riéndose de la televisión española y casi excusándose antes de tiempo por lo que estábamos a punto de presenciar.
Las ficciones españolas que sí sacaban una considerable ventaja a las televisivas y que brillaban por ser mucho más abundantes eran las que se podían escuchar por radio, como aquellas radionovelas de Guillermo Sautier Casaseca. Sin embargo, tras la muerte de Franco sí llegaron grandes producciones que nos situaban en el mapa y que, de nuevo, tuvieron lecturas sociales y políticas claras. Ejemplos de ello son Curro Jiménez (Antonio Larreta, 1976-1979) o Anillos de oro (1983), que hablaba de la homosexualidad, la infidelidad o el aborto poco después de que se aprobase la Ley del Divorcio. Sin embargo, no es hasta unos años más tarde que experimentamos un auténtico boom de las series españolas con la llegada de las televisiones privadas.
Un espejo distorsionado
Desde principios de los 90 las muchísimas series que llegaron estuvieron marcadas por varios factores, y el más importante fue la publicidad. Las limitaciones no afectaban solo al formato y duración, sino a las propias tramas. Esa cosa tan curiosa que tenían de meter una trama por cada personaje que se dirigiese a un miembro de la familia distinto; la del niño, la del padre, la del abuelo… el miedo a perder audiencia y por tanto la confianza de nuestra señora La Publicidad hacía que nos guiásemos por la máxima de no dejarse a nadie atrás, la televisión para, literalmente, todos los públicos. Un miedo que se alargó durante años y, por supuesto, se acentuaría con la crisis económica de 2008.
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Pero otra filosofía de estas series televisivas, tal vez no tan estudiada, es el propósito de servir como un falso espejo optimista y utópico para el espectador. Esa necesidad que surgía de intentar que el espectador se quedase frente al televisor a base de alimentar su propio ego con historias que le demostrasen que su estilo de vida era perfecto. Y ojo, que con esto no quiero desprestigiar esas historias, si acaso intentar entender las herramientas que tenían para, sabiamente, enganchar a miles de espectadores. Y tal vez el mejor ejemplo de ello sean las series en las que un personaje extraño llega (o vuelve) a un lugar donde las costumbres, tradiciones, modelos familiares y status-quo españoles brillan. Ejemplos son Doctor Mateo (2009-2011) o Chiringuito de Pepe (Curro Velázquez, 2014-2016), en las que un urbanita llega a un pueblo llevando un modelo de vida insano y teniendo que aprender el verdadero camino para ser feliz. ¿Cómo? Siguiendo el ejemplo de esas familias modelo, esas que eran idénticas a las que les observaban desde el sofá de su salón y que veían satisfechos cómo su estilo de vida daba ejemplo al extraño.
Esta estrategia de hacer del televisor un espejo no es nueva ni mucho menos nuestra. Así nos lo demostraba Friends (David Crane y Marta Kauffman, 1994-2004) y esa obsesión de plantarnos un sofá hasta en la sopa, estrategia sobre la que ya reflexionamos en Milana con este breve hilo:
✨Que #FriendsReunion ocurra donde ocurre significa muchas más cosas de las que parece.
— MILANA (@revistamilana) May 27, 2021
¿Nunca habéis pensado que hay muchísimos sofás en Friends? ¡Hasta en las fuentes! Y como en toda buena serie, nada es por casualidad... ¡Dentro hilo! pic.twitter.com/VQVQrwt0e9
El espejo sincero de la vergüenza
Esta televisión optimista es ya cosa del pasado, pues igual que las cadenas privadas cambiaron el panorama lo han hecho ahora las plataformas. Más volumen de contenido, más demanda, más variedad, más series de nicho, más género… Todas esas cosas que vemos cada día pero que, además, están marcadas por otra característica mucho más interesante. Y es de hecho una cuña publicitaria de una de estas plataformas, Prime Video, la que mejor refleja el cambio.
Este anuncio comienza con una música que nos traslada a un lugar paradisíaco, como podría haber pasado con la TV de las cadenas privadas hace unos años, pero después rompe la ilusión con sonidos y diálogos macabros, vergonzosos, viles… todo para terminar con el eslogan “adéntrate en tu lado más oscuro con Prime Video”. Es decir, el espejo que tenemos delante ya no nos muestra nuestro ilusorio perfil bueno, sino el más vergonzoso de todos. Se centra en los defectos del espectador al que se dirige y lo hace sin piedad, lo desnuda, buscando que se vea reflejado en ellos y le incomode, pero al mismo tiempo entre con absoluta sinceridad en la historia. Y como ejemplo cristalino podemos poner esa serie cuyo nombre lo resume todo: Vergüenza (Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, 2017-2020).
Imagen promocional de Vergüenza
Tal vez sea este el futuro de la ficción seriada española. Uno, a mi gusto, mucho más sincero, complejo y rico. Por tanto, bienvenidas sean las series como Historias para no dormir (2021), que muestran con orgullo la televisión que somos, honren con la misma mirada aquella que fuimos y auguren un maravilloso futuro para la que seremos. Pero sobre todo, bienvenidas aquellas que me hagan sentir como un auténtico *****.
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