No guardo muchos recuerdos bonitos de la universidad que no estén relacionados con hacer novillos para ir a beber cerveza. Uno de ellos es que te pongan pelis en clase y hablar de ellas, es un poco el precio a pagar por dinamitar tu futuro laboral matriculándote en Comunicación Audiovisual.
En una de esas charlas salió a la palestra el final de Viridiana (Luis Buñuel, 1961). Viridiana es un retrato grotesco e incómodo de esa España que no está tan lejana como creemos. No haré spoilers para los que no la han visto, pero diré que la pregunta que surgió tras ver el final de Viridiana fue: ¿cómo consiguió pasar esto la censura?
La respuesta está en el subtexto. El subtexto es un elemento fundamental para los que escriben ficción. Es decir algo sin decirlo, el contenido real debajo del diálogo hablado. Una especie de truco de supervivencia para cargar de grises lo que la censura quería teñir de blanco.
Viridiana en HBO Max y Movistar+
Pero seamos claros, el subtexto no tiene su origen en la censura. Este concepto existe en obras literarias y teatrales desde siempre, y el primero en acuñar el término “subtexto” fue Constantin Stanivslaski en el siglo XIX. Pero necesito escribir unas 600 palabras más así que os voy a lanzar una hipótesis: el subtexto en la Edad de Oro del cine de Hollywood fue potenciado por la censura americana del código Hays.
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¿Qué c*** es el código Hays?
Para entender el método de censura americano es necesario saber qué era lo que había antes. La época pre-code abarca desde el inicio de las películas habladas con El cantor de Jazz (Alan Crosland, 1927) hasta 1934 cuando se empieza a aplicar el código Hays.
En este breve periodo de tiempo el cine exploraba todas las posibilidades que llegaron con las talkies, desde el humor irreverente de los hermanos Marx hasta películas tan atrevidas como La divorciada (Robert Z. Leonard, 1930) o Tres en una cerilla (Mervyn LeRoy, 1932), pasando por adaptaciones tan duras como Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930).
Fotograma de La Divorciada
Entra en escena el código Hays. En un principio creado con un carácter progresista de defensa del antibelicismo, protección de las clases bajas y denuncia de los abusos de los poderosos, rápidamente se vio influenciado por la campaña del clero católico de EE.UU. que decía que la inmoralidad del cine de Hollywood fomentaba malos comportamientos.
Este ataque de conservadurismo sumado a la llamada “caza de brujas de Hollywood” resultó en una serie de medidas que censuraban el desnudo, restringían el consumo de alcohol y prohibían blasfemias y palabrotas. En el nuevo Hollywood las parejas casadas dormían en camas separadas y nunca, bajo ningún concepto, se podían contar “chistes de WC”. Sí, exacto, el código Hays especificaba que nada de pedos y cacas. Misterio resuelto, los límites del humor se encuentran en el esfínter.
De este modo el espectador estadounidense decía adiós a protagonistas femeninas fuertes como la de Female (Michael Curtiz, 1933) y a gánsteres con más pinta de héroes que de villanos como Scarface (Howard Hawks, 1932), así como a la mayor parte del cine europeo que se producía de aquellas. El lenguaje cinematográfico tuvo que adaptarse a los tiempos, y el subtexto cobró una mayor importancia. En este nuevo contexto florece la mirada autoral, y empieza a valorarse cómo hacen los grandes directores para escabullirse de las restricciones. Alfred Hitchcock, el más listo de la clase, sorteó la censura falseando un desnudo en la famosa escena en la ducha de Psicosis (1960) a través de varios cortes estratégicos, de modo que no hubiera nada que censurar, porque en realidad tal desnudo no existe.
Psicosis en Filmin
El código Hays murió en 1967 en favor del sistema de clasificación por edades que todos conocemos, pero las reglas que involuntariamente creó siguen vigentes. A día de hoy los espectadores premiamos que una película nos haga sumar 2+2 en lugar de darnos directamente un 4.
Sobre la cultura de la cancelación
Ya que hemos hablado de cine clásico, estaría feo no disparar la pistola de Chéjov que aparecía en el título de este artículo, por mucha pereza que dé solo mencionarla. Porque si es verdad que a día hoy no existe una censura como tal, más de uno y más de dos creen que deben contenerse si no quieren que una muchedumbre enfurecida se les venga encima.
Pero la realidad es que la cultura de la cancelación no existe, y si existiera lo único que ha conseguido cancelar es la pizza con piña. Con una periodicidad aterradora vemos a acosadores y maltratadores recuperar su plataforma y usar actos sociópatas como el detonante de su historia de superación meritocrática. Entonces, ¿cómo es posible que tanta gente piense que una película de hace décadas no se podría exhibir hoy en día? ¿Existe una autocensura que ha desequilibrado la balanza hacia el lado opuesto?
Scarface, el terror del Hampa en Filmin
Personalmente creo que se está confundiendo la autocensura con otra cosa. A lo mejor los que se erigen mártires en la lucha contra lo políticamente correcto realmente la lucha que libran es contra la capacidad de elección: la elección de creer que un chiste ya no es gracioso, la elección de no mostrar como mayoritario un tipo de vida que ya no lo es. Porque, ¿cómo va a ser políticamente correcto algo que enfada a tanta gente?
Al igual que pasó hace casi 90 años con el código Hays, lo que puede parecer una defensa de la libertad de expresión no es más que el puritanismo ultra de siempre decidiendo qué podemos ver y qué no; este proceso nunca ha sucedido a la inversa. En cualquier caso y mientras no nos cancelen aquí estaremos: viendo pelis, hablando de ellas y haciendo chistes de WC.
👏👏👏👏