Dice Iñárritu que “son puro veneno y consisten ya en un genocidio cultural”. Steven Spielberg las tacha de “moda con fecha de caducidad”, de “género que correrá la misma suerte que el western y será sustituido”. Y si nos fijamos en la taquilla, y especialmente tras Vengadores: Endgame (Anthony y Joe Russo, 2019), son el negocio más rentable y económicamente satisfactorio de la gran pantalla. Hablamos, claro está, del cine de superhéroes.
En algunos comentarios anónimos que he tenido la suerte de leer en internet o escuchar a pie de calle (nunca reconoceré la cercanía de estos) son a veces tonterías para niños y a veces una película “guapísima”; destaco esta última expresión porque me gusta más de lo que admitiría nunca. Según mis amigos, con los que he disfrutado del nacimiento de este nuevo universo cinematográfico, y a los que atribuyo como mínimo, un honesto interés y conocimiento, ya no son lo mismo.
Por último, y según mi no tan humilde, y desde luego subjetiva opinión, las películas de superhéroes no saben lo que son; y como el que no se conoce a sí mismo, acaban adaptándose a lo ajeno y dejándose pervertir. Y es que personalmente me gustaría volver a sentirme como aquel adolescente que vio la primera película del Capitán América y se pasó horas hablando y teorizando con sus amigos sobre el rumbo que tomarían las futuras secuelas.
Astonishing X-Men Saga (2006) Volumen #1
Es un problema de identidad
Y me gustaría volver a disfrutar del cine de superhéroes como lo hacía antes, pero cada vez me es más difícil, cada vez me resulta más tedioso el ritual por el que acudo al cine: hago cola para comprar una entrada, busco con perseverancia el asiento que personalmente he elegido como el mejor, y me preparo para fantasear y decepcionarme a partes iguales durante el excesivo metraje del film. A ilusionarme por las posibilidades de lo que podría ser, y a chocar con la realidad al ver todo lo que intenta y no logra. De la misma manera que te aburriría una persona que pretende serlo todo y no llega a nada.
Ese es el problema al que se enfrenta el género de los superhéroes, a la necesidad de gustar a todo el mundo por igual, a convertirse en un taquillazo estreno tras estreno, y a seguir siendo cada vez más rentable y beneficioso. Un mal menor dirán algunos, el de ser un blockbuster más de una cartelera dirigida al beneficio económico. Y es que por suerte o por desgracia el cine de superhéroes, debido a su propia naturaleza de cosechar dinero por donde pasa y al hecho de ofrecer una gran facilidad a los estudios para estirar el chicle con infinitas secuelas, precuelas e intercuelas, se ha visto relegado hoy en día a ser un blockbuster para todos los públicos.
Ι Leer más: Bruja Escarlata y Visión; cómo reescribir tu propia historia
Cine para todos y para nadie
Y la peor parte, sin duda alguna, es ser para todos los públicos. Existen superhéroes para todo el mundo, desde la figura modelo estadounidense que inspira a toda una nación hasta el antihéroe que no genera más que desprecio y lástima. Y ese es uno de los atractivos de los cómics, la variedad y la capacidad de satisfacer de forma individual y completa. Pero una vez llegamos al cine, se da la vuelta. Todos los superhéroes tienen que gustar a todo el mundo, y no solo eso: tienen que ser aptos para el público, ellos y sus tramas. Por eso nos encontramos ante una falsa comedia a modo de chistes innecesarios cada dos planos, como si de una sitcom se tratase (una mala); un drama mal disfrazado de relaciones que no llevan a ningún sitio y conflictos con los que el espectador no puede empatizar realmente. Y desde luego encontramos multitud de películas que parecen sacadas de una cadena de montaje.
Quizá, a diferencia de Steven Spielberg, no compararía este género con el western, sino con el modelo Studio System que ya en su momento condicionó el cine hollywoodiense. Un modelo que entiende el cine como negocio y la producción cinematográfica como una gran cadena de montaje. Un sistema donde el director no importa: si no funciona, se sustituye. Un sistema donde lo importante no son los personajes, sino los actores que les dan vida y a la vez llenan el cartel. Un sistema en el que desde luego lo importante no es la historia que se cuenta y cómo se cuenta, sino contarla a cuantos más mejor, y cuantas más veces también.
Captain Britain (1977) Volumen #35
Hace falta un cambio
No sé si este es el modelo adecuado, no sé si este es el cine que nos merecemos ver y hacer, y no sé hacia dónde nos lleva esta necesidad de convertir cada película en un taquillazo a costa de su propia identidad. Lo que sí me atrevo a pensar es que quizá sea el momento de dejar que los superhéroes vuelvan a su formato predilecto, que es el cómic. O quizá no, y simplemente me esté convirtiendo en un temprano cascarrabias que debería hacer un esfuerzo por quitarse los prejuicios, descansar un rato de tener que analizar y criticar todo lo que ve, y simplemente dejarse llevar.
Por mi parte prometo dar un primer paso y hacer el esfuerzo de enfrentarme a futuras películas con una mente más abierta, con menos exigencias y un mayor optimismo. Pero también espero una mano de ayuda desde el otro lado, algo más de frescura narrativa como la que encontré el día que fui a ver Capitana Marvel (Anna Boden y Ryan Fleck, 2019), la posibilidad de empatizar incluso con los villanos como sucede con Thanos en Infinity War (Anthony y Joe Russo, 2019), o el intento, aunque a veces fallido, de adoptar conceptos e ideas menos convencionales en el cine de superhéroes como hace Zack Snyder en Batman v Superman: Dawn of Justice (Zack Snyder, 2016).