El Pampero Cine surgió a principios de los 2000 con el propósito de renovar la creación cinematográfica argentina, proponiendo nuevas formas no sólo de rodaje, sino también de distribución y financiación. En este marco de experimentalidad surgen obras como Historias extraordinarias (Mariano Llinás, 2008) o La flor (Mariano Llinás, 2018), que desafían los cánones de la industria e invitan al espectador a sumergirse en relatos que buscan nuevas formas de mirar. La última obra del Pampero es Trenque Lauquen (2022), de Laura Citarella, y con ella se consagran como narradores necesarios en el cine actual.
Una película mutante
El punto de partida de la película es muy sencillo: una mujer, Laura, ha desaparecido y dos hombres salen en su busca. Ambos tienen perspectivas diferentes de ella y teorías distintas sobre lo sucedido. De este suceso parten varios hilos narrativos, a cada cual más extravagante, con saltos entre géneros y mezclas que en unas manos menos hábiles harían aguas por todos lados, pero volveremos sobre esto un poco más adelante.
La película se divide en dos partes claramente diferenciadas, de unas dos horas cada una. Según comentaba la propia Citarella en el coloquio posterior a la proyección, habitualmente ambas se ponen juntas, con un pequeño descanso entre medias e incluso sin parada, pero rara vez se proyecta una parte cada día, como fue el caso de las sesiones a las que yo tuve la suerte de poder asistir. La directora mostró su interés en este poco habitual formato de proyección, ya que en las 24h que transcurren entre el visionado de la primera parte y la segunda, el espectador tiene una libertad total para imaginar y montar una película propia en su cabeza, sin el filtro ni la influencia de la realizadora o de la siguiente parte. Precisamente, esto entronca muy bien con la obra que nos ocupa, una en la que los huecos son rellenados por los personajes que la habitan, aún sabiéndose desconocedores de la historia completa, convirtiéndose cada uno de ellos en narradores de la historia de Laura.
Laura, interpretada por Laura Paredes
En la primera parte, sin entrar en demasiado detalle, somos testigos de cómo los dos hombres construyen al personaje de Laura, cada uno de acuerdo a sus expectativas y deseos sobre ella. Esto deja al espectador en una posición incómoda, la de no saber hasta qué punto lo que está viendo en pantalla es real o idealizado. Por el contrario, la segunda parte le da voz y un mayor peso a las mujeres, que aclararán algunos puntos del relato y dejarán en el aire nuevos interrogantes. A pesar de esta diferencia entre un segmento y el otro, el quid de la cuestión sigue siendo el mismo: una reflexión sobre cómo nuestra identidad se construye a partir de la mirada de otros.
Pero la ruptura entre ambas mitades de la cinta no se queda solo en los personajes protagónicos, también hay una clara diferencia en los géneros que dan forma al relato. Si bien todo pasa por el filtro del misterio, lo que comienza siendo una road movie se convierte en romance y fantasía, con algún momento de comedia y suspense por el camino. De esta manera, encontramos una curiosa mezcla de asombro por lo cotidiano y, al mismo tiempo, por lo fantástico, por los fantasmas y las criaturas de los cuentos. Los malabares para que todo encaje y los cambios de tono no saquen al espectador de la experiencia están controlados al milímetro pero, sin embargo, no deja de respirarse esa sensación de que la película está viva, de que cada nuevo derrotero que toma es algo que ella ha pedido, casi escapando al control del equipo de rodaje. Un ejemplo: la propia historia familiar de la directora se inserta en la ficción sin desentonar lo más mínimo. Y es que durante las más de cuatro horas de metraje, la cinta-organismo no para de mutar y de sorprender. Todo es posible en el microcosmos de Laura Citarella, siempre y cuando conlleve un misterio.
Ι Leer más: Por qué tenemos ganas de ver ‘Asteroid City’, la nueva película de Wes Anderson
«Adiós, adiós. Me voy, me voy»
Al igual que en las películas de Rivette, en Trenque Lauquen el misterio es el pilar central de todo. Cuando allá por los años 90 se resolvió el que daba fuelle a la serie del momento, Twin Peaks (Mark Frost y David Lynch, 1990-2017), la audiencia cayó en picado, las cosas dejaron de funcionar para la serie y esto llevó a su cancelación. El propio Lynch ha comentado que aquello fue como matar a la gallina de los huevos de oro, ya que todas las historias que daban vida al pueblo surgían a raíz del asesinato de Laura Palmer. Por suerte, pudo obsequiarnos con una maravillosa tercera temporada y, ya más acorde a su obra cinematográfica, dejarnos un final abierto.
Esto no significa que no haya resolución en Trenque Lauquen, tan solo que la película es un tapiz que se va tejiendo ante nuestros ojos, engarzando una incógnita con la siguiente, haciendo evidente su gusto por el proceso de investigación y descubrimiento. Así, cuestiona el modo de narrar en la ficción y cómo el cine construye sus relatos en base a unos esquemas predefinidos, fuera de los cuáles parece no existir vida alguna. La trama deja de ser una sucesión lineal de hechos aburridos que avanza solo hacia delante, para multiplicarse en todas direcciones, aunque muchas de ellas no tengan salida, porque lo importante es explorar y no tanto lo que haya al final de esos caminos.
Los misterios se presentarán de varias formas, por ejemplo entre los libros de una biblioteca local
Es en esta búsqueda de nuevas formas de narrar donde la película se expande y va revelando sus capas como si fuese una matrioshka, a cada cual más interesante que la anterior. Todo empieza teniendo un carácter literario, siendo la literatura la principal canalizadora del argumento, y este va dejando paso a lo cinematográfico conforme avanza el metraje, pasando a la voz en off y, por último, a la imagen y al silencio. Esta variación del lenguaje es palpable a lo largo de toda la película y se consigue de forma orgánica, culminando en una media hora final bellísima, que desborda la pantalla.
Trenque Lauquen desde luego es una rara avis, es una vuelta al por qué contamos historias y al placer de hacerlo, dejando de lado las explicaciones, los golpes de efecto y la linealidad. Pero también se cuestiona el papel que tiene la ficción en nuestras vidas y reconoce la importancia de apoyarnos en ella para entender lo que nos rodea. Mientras la ves, todo parece posible y, al salir de la sala, cada nueva situación puede florecer en un nuevo relato. Consigue presentar la creación cinematográfica como un juego cuyas normas se van acordando con el espectador a medida que avanza la película, sin reglas estancas o limitaciones comerciales impuestas. Y aunque los caminos sean numerosos y las bifurcaciones infinitas, recorrerlos ya es un gusto en sí mismo. El mundo está plagado de conejos blancos y nosotros no tenemos más que seguirlos.
Una despedida no siempre significa un final
¿Te ha gustado?
¡Ayúdanos a seguir escribiendo!
Invítanos a un café a través de Ko-fi.